¿Para qué educar? ¿Cómo y cuándo educar? Estas preguntas suponen unos retos enormes. Desde su fundación, el Gimnasio Moderno ha asumido los retos del futuro con la convicción de que es en la educación, en el libre desarrollo de sus estudiantes y de sus distintos talentos donde se gestan las innovaciones para el futuro y se trabaja cooperativamente para la solución de los problemas y conflictos. Hace más de cien años los fundadores asumieron la educación como un desafío. Se trataba de formar un tipo de personas capaces de liderar otro tipo de realidades, una educación orgánica, es decir, a la medida de la persona, intelectual y afectivamente.
Muchos de estos retos han cambiado como resultado de una sociedad más diversa y global. Tanto las ciencias como las humanidades coinciden en que vivimos un tiempo caracterizado ampliamente por la incertidumbre. No podemos saber con certeza qué puede ocurrir ni cómo vamos a aplicar exactamente lo que aprendemos en la escuela. Creemos, sin embargo, en la idoneidad de la escuela para educar a sus estudiantes con las capacidades y aptitudes que les permitan adaptarse a los cambios, cualesquiera que estos sean. Lo que ha permanecido intacto, ahora como hace cien años, es la vocación de educar para el cambio y el servicio. Debemos hacer cuanto esté a nuestro alcance para que los estudiantes entiendan que la excelencia humana es un viaje que comprende lo académico y lo formativo, sin que riñan lo uno con lo otro, que lo local no riñe con lo global, ni la felicidad con el esfuerzo. En tiempos de crisis, la escuela sería un aporte importante para que estos ciudadanos del futuro aprendan a asumir la incertidumbre con responsabilidad y alegría en el trabajo cooperativo y el compromiso constante con su propio mejoramiento.
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