Consciente de estos retos, el colegio convocó a varios expertos, exalumnos y profesores, que respondieron a la pregunta: ¿para qué educar? Entre muchos otros entrevistados, el empresario José Alejandro Cortés, exalumno de 1948, nos habló de la importancia de educar para “enriquecer la vida”. Rodolfo Llinás, científico, sobre el compromiso de enseñar “en un contexto”, es decir, para la solución de unos problemas específicos. Mauricio Nieto y Mauricio Álvarez, el primero desde la historia y el segundo desde la biología, nos hablaron de “enseñar para la autonomía”. Sergio de Zubiría, filósofo, de una “educación para la libertad”. Carlos Cardona, desde la física, nos habló de “enseñar para resolver los problemas que amenacen la supervivencia de la especie”. Carlos Alberto Casas, reconocido educador, “para la construcción de una vida feliz”. Leopoldo González, ex rector del Moderno, “para una formación integral que incluya rectitud, respeto y responsabilidad”.
Casi todos los invitados coincidieron en dos posturas: enseñar para una vida integral, enmarcada por las particularidades de cada persona, y enseñar para el servicio de la comunidad. Ambas coinciden en el propósito mayor del Gimnasio Moderno, que es el liderazgo. Un liderazgo que hoy debemos entender como la formación del propio carácter, del autodescubrimiento y la sensación de bienestar personal, aspectos que le permiten trabajar junto a los otros para defender la innovación y la democracia, la libertad y la honestidad. Según una investigación realizada en la Universidad de Harvard en el año 2007, el liderazgo emerge de la historia de cada persona. Por esta razón, nuestro deber día a día dentro del Gimnasio es invitar a nuestros jóvenes a probarse a sí mismos continuamente a través de experiencias del mundo real y así, ayudarlos a entender quiénes son en lo esencial. Al hacerlo, descubren el propósito de su liderazgo y aprenden que ser auténticos, los hace eficaces y necesarios dentro de su comunidad.
Asimismo, los gimnasianos deben formarse integralmente para ser buenos ciudadanos y desarrollar un carácter, asumir sus dificultades con esfuerzo y revelar sus talentos como fuente de felicidad. Nada de esto tendría sentido si no se traduce en un compromiso inaplazable con la comprensión y transformación de la sociedad, tanto en sus entornos inmediatos como en la realidad global que demanda lo mejor de nuestros esfuerzos y talentos.
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